VIII. LA VERDAD SOBRE LA SUERTE DE VARAS. VIII, VII, VI, V, IV, III, II, I
VIII.- LA SUERTE DE VARAS. RESPONSABILIDAD DEL MATADOR
Parece “de cajón” que de todo lo que se realice en el ruedo durante la lidia del toro es, en último caso, responsable máximo el matador. ¿Podemos valorar adecuadamente esta responsabilidad? ¿Siempre puede hacerse? ¿Conocen los matadores sus deberes durante la lidia? Y respecto a nuestro tema, que es la Suerte de varas, ¿saben de verdad los matadores cómo han de comportarse para que ésta se realice correctamente?
En todo tiempo ha existido una confianza total entre el matador y su picador. Parece como si el jefe hubiera delegado en el piconero la forma en que debería realizarse la Suerte de varas; los deseos de jefe y subalterno coinciden en la necesidad de que el toro quede en situación propicia para que el lucimiento del lidiador sea el mejor y realizado con el menor riesgo posible. El matador cree que su picador sabe bien cómo hay que picar a cada toro; el picador cree saber cómo dejar al toro en condiciones para que su jefe sólo tenga que preocuparse de cortarle las orejas; …al toro.
Pero, a mi forma de ver la corrida, el problema es que ni picador ni matador se preocupan lo debido para que al toro se le puedan extraer todas las cualidades que lleva dentro; y para que «declare» los defectos y virtudes que deben ser conocidos para la lidia posterior; y para el juicio del aficionado. Las causas por las que se produce esta dejación de funciones se deben, yo no lo dudo ya después de tantos episodios vividos con picadores y toreros, a que NO SABEN cómo se debe realizar una Suerte de varas adecuada a cada toro. Y sigo asumiendo que mis amigos me llamarán ingenuo y los demás… lo que quieran; pero sé que es así. Parto de la base de que son pocos los que saben que hay que picar en el morrillo, por ejemplo; o que hay que evitar el choque violento con el peto; y que hay que acortar la permanencia en la lucha con el caballo por el desgaste que supone para las cualidades posteriores, psíquico físicas, del morlaco.
Empecemos por el principio, que es la mejor forma de presentar la teoría, siempre. El matador está deseando que el toro esté picado y banderilleado para comenzar su “faena”: YA. Salvo algún Esplá o Padilla que siempre tuvieron el pundonor de respetar los tiempos de la lidia, también en el primer tercio, los matadores, en general, no se preocupan de por dónde van los picadores, en cuál sitio se ponen; incluso ni les indican cómo, cuánto y dónde deben picar. Y lo cierto es que todos los toros no son iguales, que necesitan castigos diferentes; que sus tendencias por casta, bravura o genio exigen trato particular… Pero la realidad es otra: topetazo, puya en la cruz (en el mejor de los casos) caída al lado izquierdo; cariocas, giros, mete sacas…, y cumplir el objetivo de sangrar rápido. ¿Ahormar la embestida? Puaff; ¿ésoquesloqueés?…
Poner en suerte al toro para que sea picado es una importante labor del matador, o de su banderillero, que determina en gran medida la efectividad y artística ejecución del puyazo posterior. Para ello, el matador debe obligar a su picador a situar el caballo en el lugar propicio, según lo haya intuido por las querencias que ha ofrecido el toro, si bien en primera instancia debe realizarse el cite en la contraquerencia; y exigirle que el caballo esté con la culata junto a tablas, para que no entorpezca la puesta en suerte; lejos de la raya para que no le vea el toro. Si el picador teme que al estar lejos puede sufrir un empellón fuerte del morito, que se dedique a otra cosa. Siempre el picador fue recio, buen jinete y valeroso. «Mano de Hierro», «Riñones», «Relámpago», «Melones»…
Una vez situado el picador junto a tablas, es obligado que el matador coloque al toro perfectamente junto a la raya, parado, enfrontilado al jaco, saliendo por el lado derecho del toro para que éste vea sólo al caballo. El matador ha de “limpiar” el lado izquierdo del caballo de gentes y movimientos, para que el toro pueda mostrar su cualidad de bravura. Esa asepsia debe ser exigida para que los aficionados, ganaderos, picador y matador calibren debidamente las condiciones del toro. Acudir al caballo acuciado por un volante capote nos privará de conocer certeramente la esencia de las condiciones del toro, necesaria para poder juzgar debidamente la faena.
Cuando el toro sea renuente al continuado cite del picador, debe el matador indicarle que cambie los terrenos y lleve al caballo a otros más cercanos a toriles donde el burel pueda atacar más confiado, una vez demostrada su limitada bravura. Y estas acciones deben realizarse con normalidad, sin excesiva pérdida de tiempo; como una más de las circunstancias en las que se desarrolla la lidia. El manejar debidamente estas circunstancias por parte del torero posibilita una suerte menos perjudicial para el toro; se ahorran capotazos, cites, estrés…
Si el caballo está bien situado perpendicular a tablas, con la culata junto a ella, y el toro en suerte, decía el gran Raimundo Rodríguez que el puyazo era seguro. Raimundo afirmaba que saliendo de tablas, perpendicular al toro, llamándolo con gestos vara en alto, voz y, si fuera necesario, sonido de estribos, era seguro que el toro acudiría al cite. Antes del encuentro, decía el picador, empezaba a trabajar la “mano izquierda” girando con mesura la cabeza del jaco a la izquierda, para que cuando se largara la vara cayera la puya, clavara y evitara, o mitigara, el choque con el peto haciéndose fuerte el apoyo en el estribo izquierdo, desde el que se puede regular mejor la aplicación del castigo, y largar al toro con premura. Y si el toro no iba, había que desplazar el caballo con presteza para que la suerte se realizara pronto, el toro no se resabiara y el público no sufriera de impaciencia.
El matador es el responsable de toda la lidia, de todo lo que sucede en el ruedo desde que sale el toro hasta que se lo llevan las mulillas. Por lo tanto, todo lo que se haga mal por parte de los subalternos irá al «debe» de los méritos del coleta. Según dicta el artículo nº 82 del Reglamento taurino en vigor, en su apartado 2º, para la concesión de la 2ª oreja por parte del presidente, deberá tenerse en cuenta:… «la buena dirección de la lidia en todos los tercios…», por lo que no se debe conceder una 2ª oreja al matador que no haya velado por la buena ejecución de la suerte de varas. Esta circunstancia, a mi modo de ver, debería ser comunicada a los matadores por la presidencia antes de la corrida con objeto de que se preocupen debidamente de la buena ejecución de la misma por parte de sus picadores, y de que no se extrañen si se le niega el 2º trofeo, obligado por este apartado del Reglamento vigente.
Queda claro, al menos para mí, que la normativa taurina responsabiliza al matador, como no podía ser de otra manera, de la ejecución correcta de la Suerte de varas, y que de ella puede restarse la concesión de trofeos que tanta controversia trae por parte de los coletudos y sus aduladores. Al menos, aquellos periodistas que se tienen por independientes, que los hay, aunque sean pocos, deberían referirse de vez en cuando a esta circunstancia como explicación a la correcta decisión del presidente, para así apaciguar las invectivas de los pelotas «joligans» de los jefes del escalafón. A uno de ellos, cuyo nombre callo, el presidente de la plaza «Vista Alegre», me confesó que le negó la 2ª oreja por no haber observado la normativa de la Suerte de varas: no poner al toro bien en suerte; lo hizo entre rayas, y por permitir al picador una actuación inadecuada. Por ahí podía venir una oportuna determinación para procurar una Suerte de varas correcta, digna y artística. Al menos no se observaría esa dejación de responsabilidades que cada día nos muestran en el ruedo hasta los más renombrados matadores.
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VII.- AHORMAR LA EMBESTIDA DEL TORO EN LA SUERTE DE VARAS
Cada día me sorprendo más del deterioro en que se encuentra la Suerte de varas, y cada vez me afirmo más en que ello es debido, principalmente, al desconocimiento que sobre dicha suerte tienen los actores de la misma. Es cierto que no todo es blanco o negro y que en esto también hay muchos matices y grados de grises que requieren un estudio profundo que nos explique por qué algo tan elemental, a mi modo de ver, como es picar en su sitio es tan poco aceptado, entendido, logrado o pretendido. Aunque a todos los encuestados no se les caiga de la boca la palabra: “ahormar”, quid de la “cosa”.
En todas las conversaciones que he mantenido sobre el tema de la Suerte de varas con profesionales y aficionados, la totalidad de ellos han indicado que esta suerte se realiza, como objetivo primero, para ahormar la embestida del toro. En 2º lugar sitúan el moderar el poder para que pueda ser toreado con la muleta. Por último, el cómo acepte el toro la suerte será índice de su bravura. En estos conceptos se resume la opinión que sobre este primer tercio tienen la gran mayoría de profesionales, aficionados y periodistas de la Fiesta. Pero…
¿Qué es ahormar? ¿Cómo se ahorma la embestida? ¿Cómo se sabe si un toro es bravo? Una cosa es la teoría y otra, muy diferente, la práctica que se estila en las últimas 3 o 4 décadas. En mis análisis que sobre la Suerte de varas realicé durante las temporadas del 1997 al 2007, referidos a los festejos celebrado en la plaza de toros de Las Ventas, casi setecientos festejos con un total aproximado de unos 8.500 puyazos, pude comprobar tres cosas importantes: 1.- El concepto de ahormar está difuso en las mentes de los profesionales, periodistas y aficionados; 2.- Tras malos o buenos puyazos el comportamiento de las reses se correspondía en la faena de muleta; 3.- Las deficientes actuaciones de matadores, peones y picadores impedían conocer, en muchos casos, la objetiva bravura de las reses.
“Tito” de Sandoval pica a Palmito de Moreno de Silva, en Ceret, 14/07/2012. Puya en el final del morrillo, vara combada por la retención del piconero, cara del caballo girando para largar
Hemos explicado en diferentes foros, en múltiples ocasiones, con documentación procedente de estudios realizados por veterinarios cualificados y declaraciones de toreros y picadores de hace décadas, que la mala ejecución de un puyazo puede desvirtuar la calidad del toro por verse afectada su anatomía de manera seria por lesiones musculares, óseas o psíquicas. También hemos mostrado nuestro acuerdo en que el puyazo correctamente ejecutado mejora las condiciones de la res y posibilita una lidia de muleta más armónica, estética y templada. ¿Por qué pues no se realiza siempre bien la suerte?
No estamos cansados, a pesar de la multitud de ocasiones en que repetimos esta salmodia, de insistir en las bondades de un buen puyazo y en los perjudicial que puede ser uno malo. Sabemos lo difícil que es picar en su sitio, el morrillo para AHORMAR la embestida, evitar el choque con el peto para TEMPLARLA, LARGAR pronto al burel para evitar el desgaste de sus capacidades y medir adecuadamente y paulatinamente el castigo. Seguimos repitiendo nuestro concepto sobre la Suerte de varas, que no se refiere sólo a dónde se pone la puya y a cuánto se sangra y castiga, sino que tiene otras fases de suma y bella importancia que nos permitiremos recordar.
AHORMAR es posibilitar con la acción de la puya que el toro se encuentre más cómodo embistiendo con la cabeza humillada; que siga el trazo que le sugiere la muleta de manera armónica, continuada y rítmica; sin cabeceos, sin zigzagueos… Repetimos que cada vez salen más toros al ruedo “sabiendo” embestir, debido a la maravillosa selección que durante años han realizado los ganaderos más pertinaces. Éste es un grado de domesticidad que es imposible detener, y de hecho puede estar adecuado a la evolución que supedita nuestra corrida a la cambiante sociedad, aún a la afición más exigente, que también varía. Pero es cierto que muchas ganaderías posibilitan reses que humillan y no por ello se les priva de su acometividad, de su casta.
Pero al toro que no es proclive a humillar ha de ser tratado en varas con la técnica y la medida adecuadas para posibilitar dicha virtud. Para ello es necesario picar en su morrillo, porque por él transcurren los músculos que regulan el movimiento de la cabeza, los llamados “epiaxiales”, que son dos y parten del nudo que forman los que provienen de los miembros delanteros con los procedentes del dorso. Ese nudo muscular se encuentra en la llamada “cruz”, por lo que picar en la cruz inevitablemente afectará negativamente al movimiento posterior de la res. El grado de afección será proporcional a la penetración de la luya y a las lesiones que el movimiento de la misma dentro del cuerpo del burel produzca. Cierto es que si se pica al final del morrillo, antes de la cruz, y la vara se aplica en vertical (más o menos) se logrará afectar a los músculos extensores de la cabeza, principal argumento para ahormar la embestida. Veamos.
Los dos músculos epiaxiales son simétricos y se abren paulatinamente hacia la testuz, por lo que cerca del final del morrillo pueden ser afectados a voluntad del picador colocando la puya hacia izquierda o derecha, según exijan las condiciones del toro. Si la res tiene una cierta tendencia a vencerse por un lado, afectando con la puya el epiaxial de ese lado es posible evitar esa tendencia. Hay que unir esta acción a la templanza con la que debe aplicarse el castigo, que se consigue reteniendo el empuje de la res con la fuerza del cuerpo apoyado en el estribo izquierdo, solicitando al caballo retención al empuje de la embestida y largando al toro con premura. Y todo esto debe conseguirse tras haber colocado el caballo frente al toro haber recibido a éste evitando el choque con el peto. ¿Es difícil? Sí, por eso los picadores tuvieron siempre la apreciación más selecta de la afición a los toros.
¿Y qué sucede cuando se pica en la cruz o detrás de la cruz? Pues que la embestida no se ahorma, y además es posible que el toro salga de varas con lesiones en músculos locomotores que dificultarán la embestida armónica y equilibrada. Y cuando la vara es más trasera, recordemos que ahí “caen” el 34% de los puyazos, porcentaje similar a los que se ponen en la cruz, es muy normal que el toro puntee la muleta al final del pase, que se rebrinque su embestida y que se agote mucho antes por dolor y esfuerzo. Y si el puyazo es caído, casi siempre en el lomo izquierdo y a la altura de la cruz, caben dos lesiones importantes: la afectación de la vena o la arteria escapulares, y la lesión del cartílago de la escápula, lo que produce una hemorragia excesiva y una cojera inmediata, respectivamente. Y cuando se pica en las vértebras torácicas y la puya profundiza hasta más de 3 veces su longitud, casi siempre en esa zona, puede tocar los cartílagos que separan las vértebras produciendo una lesión al separar del hueso el cartílago, lo que revertirá en un desasosiego constante del toro en su movimiento, nada recomendable para una embestida “ahormada”. Y de la hemorragia sanguínea ya hemos hablado en varias ocasiones, indicando que un sangrado excesivo agota al toro y le impide continuar con celo la faena.
No sólo la colocación de la puya y la medida del puyazo definen una buena suerte de varas, también la puesta en suerte del toro por parte del torero o su peón; la colocación del picador junto a tablas y perpendicular a ellas para no molestar esa puesta en suerte y salir de allí citando con gallardía; la elección del sitio de picar según las condiciones de la res; la ausencia de peonaje junto al jaco para que el toro muestre su bravura o mansedumbre; la monta del caballo; la doma del caballo… Ya tratamos de todos estos temas en nuestro libro “La verdad sobre la Suerte de varas”, y nos obligamos a repetir una y otra vez lo esencial de aquel estudio porque creemos en que es vital para la corrida una Suerte de varas DIGNA, porque creemos que la actual forma de picar (salvo honrosas excepciones), es perjudicial para la Fiesta; porque pensamos que hay una cantidad importante de picadores que están desprestigiando la profesión. Porque el TORO se merece un respeto como noble compañero del torero en un rito en que está en juego la vida. Porque me repugna ver casi cada tarde sangre excesiva, lanzadas alevosas, toreros despreocupados de lo que pasa en varas; primeras figuras que dejan al toro en cualquier sitio en lugar de esmerarse en ponerlo en suerte dándole su jerarquía y cumpliendo con el reglamento. Si yo fuera presidente de un festejo taurino, antes del mismo reuniría a los toreros y les diría: “No concederé un segundo trofeo al matador que no realice y haga realizar la suerte de varas debidamente”. Quizás pondrían bien en suerte al toro ante el caballo y exigirían al picador tino, sapiencia y mesura en la ejecución de los puyazos.
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VI.- EVOLUCIÓN DE LA SUERTE DE VARAS EN EL SIGLO XX
La muy oportuna decisión de reglamentar la protección del caballo de picar con un peto, que se hizo obligatoria en 1928, tuvo efectos negativos en la lidia, como así habían pronosticado que pasaría los aficionados integristas. Sin embargo la fiesta no podía seguir con el espectáculo atroz de la matanza inicua de caballos porque las sensibilidades del espectador requerían algo más ético, menos cruento, adaptado al nuevo siglo. Las tradiciones deben amoldarse a la sociedad en la que desarrollan para que tengan justificación y la fiesta también debía hacerlo. Decía Emil Herzog “Andrê Maurois”, que “Las tradiciones no se heredan, se conquistan”, y esta “racionalidad” en la adaptación del toreo a la sociedad, permitió que, de acuerdo con los presupuestos de Max Weber la Fiesta estuviera dotada de otro de los 3 argumentos que para gozar de «la legitimidad» enumerara el filósofo y jurista alemán a finales del XIX: “La legitimidad se otorga por uno de estos tres preceptos: tradición, carisma o racionalidad”. Nuestra Fiesta nacional, ya nominada así a finales del XVIII, de lo que se quejaba Jovellanos, es legítima por tradición, por el carisma que la imprime la universalidad de un pueblo, el hispano, y por su racionalidad, o capacidad de adaptarse a las sensibilidades, evolutivas. Heráclito decía: «Lo único permanente es el cambio». Evolución adaptativa.
Y en ésas estábamos en los principios del siglo XX cuando se empezaban a probar petos protectores, el primero en Toulouse, Francia, en 1906 con el “babero Mazzantini”. Luego otros hasta que se legisló en 1928 la obligatoriedad de usar un determinado tipo de protección con peso regulado y diseño adecuado a la función que debe realizar el picador en la suerte. Básicamente el peto ha evolucionado en las formas, si bien en el peso ha seguido más o menos como en sus principios, 25 kgs entonces, 25 más los 5 de los adicionales manguitos ahora, pero ha aumentado el espacio protector gracias a la evolución de los materiales que lo conforman. Hoy día es muy raro ver a un caballo herido en la plaza, lo que es un gran progreso. Sin embargo…
«Babero «Mazzantini», Toulouse, 1906
Se quejaba Antonio Heredia “H” en su “Doctrinal” de 1904, de los abusos de los picadores y de las matanzas que la ineficacia de muchos de ellos provocaba en las huestes equinas. Era entonces el picador un aguerrido torero dotado de fuerza y maña adecuadas a una función importante y peligrosa en la que sólo triunfaban los mejores preparados. El peto vino a permitir que picadores mediocres subieran al caballo y desprestigiaran una admirada profesión, otrora ensalzada por su donosura e importancia para la lidia. En este negativo tránsito la Suerte de varas fue perdiendo belleza, eficacia y gallarda nobleza. Sólo los muy preparados, bien dotados y con mucha afición a sus espaldas pudieron seguir haciéndola digna. Cada vez hubo menos picadores buenos, por desgracia. Y, también porque los matadores de toros cada vez saben menos de lo que es y para lo que sirve un puyazo bien puesto. Esto me consta tras las muchas charlas que sobre el tema he mantenido con matadores de toros, con apoderados, con los propios picadores, con aficionados… Y tras bastantes broncas…
En estos tiempos, en los últimos 100 años, han evolucionado bastantes cosas en la corrida que debemos ponderar para poder emitir juicios equilibrados sobre la evolución de la Suerte de varas. 1.- El peto. 2.- El toro, sus condiciones. 3.- El toro en cuanto a sus pesos. 4.- El caballo.- 5.-El toreo, cómo lo ve el público.
1.- Como hemos adelantado, el peto procuró a la Suerte se varas unas grandes posibilidades que no fueron aprovechadas siempre en beneficio de su ejecución y eficacia. Los menos profesionales se refugiaron en la inmensa protección que ofrecía el peto y relajaron su adiestramiento, su entrenamiento e incluso su interés por ejecutar la suerte con arte y torería. Con el peto podía el piconero medir certeramente la intensidad de los puyazos y dosificar el castigo de acuerdo con las condiciones de cada burel y con los deseos de su matador. La acertada reglamentación permitió erradicar una parte cruenta de la corrida y posibilitó el que el toro pudiera se ahormado a gusto de cada matador.
2.- Los toros evolucionaron a lo largo del siglo XX en cuanto a sus características de bravura y casta, de forma que la lucha en el caballo cada vez se producía con mayor fijeza, con mayor empuje, sin apenas huidas. Y el picador fue aceptando esa lucha cada vez con menos gallardía, con mayor ayuda de peto y “carioca” que le permitía aplicar su castigo con, cada vez, menor épica. Los muchos picotazos que se inferían a los morlacos de hace 100 años se quedaron en “media mitad de uno”. Porque, además, el ganadero ha realizado una labor magnífica en al mejora de las condiciones de los toros que permite que muchos de los de ahora humillen con generosidad tal que no necesiten de ser ahormados como sí exigían sus predecesores. Por ello los puyazos han devenido en tener un solo significado: quitar poder al toro. Lo de templar la embestida con la vara combada, moviendo el caballo y largando al toro con donaire no existe ya, prácticamente. El colocar el puyazo en el morrillo, ligeramente a la izquierda o a la derecha según las tendencias que mostró el toro en el capote, evitando el choque con el peto para no romper la embestida, para templarla, eso son cosas pasadas ya. En la década de los 60, y aún de los 70, eso lo veíamos los aficionados en las plazas con cierta frecuencia. El buen picador citaba, largaba la vara antes del encuentro, sostenía al toro con la fuerza de su brazo y el apoyo preciso del pie en el estribo izquierdo y clavaba al final del morrillo intentando evitar el choque del toro con el peto.
“Tito” de Sandoval picando a un Saltillo el 14/07/2012; en Ceret
3.- El peso actual de los toros, a pesar de lo que muchos pregonan, no es el mayor del siglo XX. Recuérdese que el reglamento de 1923 fijaba en su artículo nº 23 como peso mínimo de un toro en plaza de 1ª el de 545 kgs para los lidiados en los meses desde octubre a abril, y de 570 para los meses restantes. Además, puestos a enjuiciar los pesos, deberíamos relacionarlos con la velocidad para darnos una idea de la energía cinética que se desarrolla en el encuentro toro & picador. Así, como decía mi sargento de Milicias universitarias, no es peligrosa la bala por su calibre, sino más bien lo es por la velocidad a la que se recibe. Y debemos reconocer que la velocidad con la que se producían los encuentros en los años pretéritos era mucho mayor que la que desarrollan los toros actuales, en la gran mayoría de las ganaderías, porque la «casta» ha disminuido.
Marcial Rodríguez picando en Las Ventas a «Madroñito», de Adolfo Martín
4.- El caballo de picar pasó a ser un bastión infranqueable tras múltiples variaciones en su raza, peso y doma. De las «sardinas» de finales del XIX a los percherones de los años 80, con más de 650 kgs, llegamos a los actuales, más ligeros y «mejor» entrenados para… EL CHOQUE. A partir de 1928 el caballo, protegido, no exigía movimiento para salir del encuentro ya que el picador permitía y provocaba el choque sin apenas peligro de caída. Sí debía estar domado para no vencerse, para resistir el golpe. Las apariciones de las rayas de picar, de las que hablamos en otro capítulo anterior, ya delimitaba tanto su lugar de acción que la doma pasó a ser limitada. Los dos ojos se taparon porque ya no era habitual que el caballo se desbocase y llegara a estrellarse a tablas. La épica que se puede esperar con la estática del caballo actual es…, digamos residual.
5.-El público está siendo obligado a disfrutar de una corrida preparada, fundamentalmente, para el tercio de muerte, es decir, para la faena de muleta. No pueden discernir los nuevos aficionados de los últimos 30 años, por ejemplo, si es más interesante una faena compuesta por: la lidia con el capote, una suerte de varas verdadera, banderillas airosas de poder a poder y lidia final con entrega y arte para preparar al toro para la muerte, que la de ahora de los 100 pasecitos de muleta. El toreo de recibo con el capote no se ve muy a menudo. Prácticamente ha desaparecido la Suerte de varas de las plazas de 2ª; y apenas quedan visos de épica en las de 1ª. Los quites entre puyazos no se ven en la mayoría de las corridas. Y la lidia con la muleta para preparar al toro para el final artístico de la faena, ha sido sustituida por la intensidad de una suerte de varas inadecuada…
Óleo sobre madera de José de Chaves, 1882
Cuando en una plaza de toros observa el espectador la épica de una cita torera realizada por un picador valiente, la carrera del toro hacia el caballo, el encuentro que de violento lo transforma el buen piquero en templado, medido y gallardo por su entrega, dominio del caballo, fuerza de su brazo y su miaja de torería, es muy posible que aplauda con más convicción que cuando observa los 123 muletazos a toro semi inerme, bobo, carente de emoción por que le ha sido sustraída por el castigo recibido en puyazos alevosos. Lo primero está ocurriendo en los cosos del sur de Francia, en los que el aficionado es el que marca la importancia de los tercios, donde la Suerte de varas es lo más emocionante de la corrida. Y cuando les preguntas a los piconeros por qué no realizan la suerte igual en los cosos españoles te contestan que aquí, en la mayoría de los casos, te aplauden por no picar… O que allí, si no lo haces bien vetan tus actuaciones… ¿Hacia dónde vamos, toreo?
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LA SUERTE DE VARAS, V
Primer grabado de una corrida «caballeresca», original de Johan Stradan, inserto en la obra:
«Venationes ferarum…», de Philippus Gallaeus, 1578. (Lanzas, rejones, rejoncillos, espadas, banderillas y muletas
-La evolución del toreo a caballo, origen de la corrida actual, se produce continuadamente a partir del 2º tercio del siglo XVIII, al comienzo del cual la corrida caballeresca fue desapareciendo paulatinamente. En los dos siglos anteriores los caballeros dejaron constancia del toreo a caballo en múltiples tratados en el que explicaban sus experiencias como alanzadores o rejoneadores*.
«De la Montería», tratado sobre la caza de Gonzalo Argote de Molina, 1582. Muleta, espada, rejones
y baderillas, ya en plaza redonda
-El toreo a pie comenzó a ser de interés para el espectador porque recibía de él una emoción superior al que le producía el de a caballo. Las muchas reglas escritas por los caballeros no servían para el toreo nuevo y había que iniciar una «reglamentación» adecuada que se adaptara al ejercicio mixto de a pie y de a caballo, coincidentes en la fiesta. El Principe de Asturias (luego Carlos IV) encargó escribir el tratado a Juan Merchante, que declinó el honor, y al fin lo preparó José Daza, que fue fraguándolo durante varios años hasta que al fin salió a la luz en 1777, un año después de la «Carta histórica…» de Fernández de Moratín, al que Daza acusó de que le había copiado parte de su manuscrito.
El 2º y 3º tercio del siglo XVIII es el lapso en el que se produce el cambio fundamental del toreo**. Durante su primer tercio, el siglo de las luces contempla la que podemos llamar la «ilustración» de la corrida. Aparece como pieza fundamental de la misma la figura del «Varilarguero», personaje que a caballo cuida de la integridad física de los toreros de a pie, que empiezan a ser los actores de la fiesta. El varilarguero tiene como misiones guardar la seguridad de los de a pie y controlar los desplazamientos de los toros. Visten con paño bordado con hilos plateados que los distingue de los otros caballeros en plaza, rejoneadores de rejón largo o de rejoncillos. Aún tardará en aparecer los picadores de vara corta o de «detener», que vestirán al estilo campero castellano en sus principios.
Uno o dos de los varilargueros se situaba a la salida de toriles para azuzar al burel y echarlo de allí si acudía a querencias. Por ello se tomo la frase de «el que guarda la puerta», que aún hoy se mal utiliza por los que no saben de qué trataba el asunto. También algunos usan lo de «varilarguero» para referirse al picador actual, lo que es inadecuado totalmente. En algunos tratados se alude al significado de doble acepción: «Varilarguero»: 1.- El que actúa con vara larga; 2.- El que larga al toro fuera de las querencias.
A medida que pasa el siglo XVIII va tomando forma el toreo a pie; surgen las ganaderías que crían toros cada vez más bravos (o menos mansos) y que no requieren de «azuzamiento» para embestir. El torero va adquiriendo importancia en la lidia y el picador de vara de detener ahorma la embestida del toro y regula su fuerza para la creación artística del de a pie. El gran trío del último tercio del XVIII, «Costillares», Pedro Romero y «Pepe Hillo», son los protagonistas máximos del festejo tardo secular, que se irá reglamentando debidamente merced a la Tauromaquia de «Pepe Hillo», de 1793, (editada en 1796), y de la definitiva de Francisco Montes «Paquiro», de 1836. La corrida ha quedado diseñada de forma definitiva, si bien luego admitió los cambios lógicos para adecuarla a la sensibilidades cada vez más estrictas de los espectadores. Las puyas se dotaron de diversos elementos para evitar su entrada en el cuerpo del animal y prolongar el espectáculo. Los topes de limoncillo, naranja o crucetas varias impedían la muerte prematura del toro. Y a principios del siglo XX los petos mitigaron la cruenta suerte de varas al evitar la muerte de caballos en la arena. Sería en Francia, Toulouse donde se probó el primer peto protector del caballo en 1906, peto diseñado por Mazzantini y que llevó su nombre, auque todos lo llamaban: «El babero». Después, en 1928 se hizo obligatorio el peto en todo el orbe taurino, evitándose el inaceptable espectáculo del caballo corneado.
Este hecho crucial y necesario trajo como consecuencia una inadecuada relajación en la actividad de algunos picadores que abusaron de la defensa que el peto prestaba al caballo para que también se la prestara a ellos. Vinieron los choques violentos en los encuentros, los tiempos prolongados bajo la acción de la puya, el castigo inadecuado…, y una degradación de la suerte experimentada en muchos de los que se suben a un caballo de picar. Es cierto que el cambio de las actitudes del toro, la doma de los caballos y el requerimiento de un toro determinado para la lidia artística que hoy es reclamada por muchos (no por mí) no requiere de demasiada épica a los que se ponen a picar. Pero también es cierto que la dignidad de la fiesta exige un animal combativo que deba ser lidiado a pie, no con la puya solamente, por un torero apto y valiente que se gane el derecho a darlo muerte tras solventar los riesgos que debe presentar un toro encastado, manso o bravo.
* -«Tratado de la caballería de la gineta», de Pedro Aguilar, 1572; «Tratado de la brida y la jineta y de la caballería», de Diego Ramírez de Haro, «Libro de ejercicios de la gineta», deVargas Machuca, 1600; «Reglas de torear», de Gastar de Bonifaz (hacia 1630); etc…
*-Ver: «La saga de los Merchante, el tránsito del toreo a caballo», de José Mª Moreno Bermejo
LA SUERTE DE VARAS, IV
Regular el poder del toro
El objetivo más difícil de conseguir en la Suerte de varas es, sin duda, el de regular adecuadamente el poder del toro para que pueda adaptarse al toreo actual sin mermar en demasía sus capacidades físicas y psíquicas. Las consideraciones que se nos ocurren en este apartado las desarrollamos en los siguientes puntos:
Dosificar el castigo. El reglamento taurino ha ido reduciendo el nº mínimo de puyazo que pasó de 4 a 3 para quedar en el último y hoy vigente en sólo 2 en las plazas de 1ª y 1 en las demás. Sin duda los comisionados para fijar esta normativa tuvieron en cuenta cómo se pica hoy y que nivel de poder presentan los toros actualmente. Así pues debemos exigir que el castigo infringido en varas sea el adecuado para mantener la integridad del toro y que tenga que ser «lidiado» por su matador antes de darle la muerte.
Colocar la puya en el morrillo
Además de para ahormar la embestida, templarla y mejorar sus defectos, la puya en el morrillo es menos perniciosa para la integridad de la res y permite regular con más precisión su fuerza, brusquedad o exceso de violencia. Ponerla en otros sitios trae consecuencias negativas para el comportamiento posterior de la res. La profundidad a la que llegan los puyazos, a veces cuatro veces más que la longitud de la puya, exige una colocación en la zona citada, el morrillo, que mantiene una distancia de unos 40 cms sobre la vértebra más cercana a él. La extendida y muy errónea idea de que el puyazo debe colocarse en la cruz puede traer consecuencias muy negativas para el comportamiento del burel en la muleta. El estudio realizado en 1998 por los veterinarios D. Julio Fernández Sanz y D. Juan Villalón González-Camino, sobre los toros lidiados en la segunda mitad de la feria de San Isidro de ese año, explica: «Al nivel de la zona de la cruz se ven afectados los siguientes músculos: el trapecio, el romboide, el espinal y semi espinal del tórax, el mutífido del tórax y el ligamento de la nuca. No se produce el efecto deseado de ahormar la embestida pudiendo existir claudicaciones del animal. Además esta zona se encuentra muy próxima a áreas óseas, nerviosas y vasculares muy sensibles».
En la Revista de Estudios Taurinos nº 9, de 1999, figura el citado estudio (págs. 95/112) y el realizado un año antes por la Universidad de Córdoba desarrollado por los veterinarios: D. Luis F. Barona, D. Antonio E. Cuesta y D. Ildefonso Agüera. Las conclusiones son muy parejas si bien existen algunas pequeñas diferencias en la profundidad de los puyazos y en el porcentaje de puyazos puestos en el morrillo; diferencias explicables ya que un estudio se hizo en la plaza de Madrid y el otro en 3 plazas, Sevilla, 24 festejos, Córdoba, 14 y Madrid, 8. Estos estudios son interesantísimos y conviene que sean conocidos por los aficionados. Las conclusiones determinan clarísimamente el resultado causa-efecto en el comportamiento de la res tras el puyazo.
Regular la hemorragia
Un toro de 500 kgs tiene una volemia de unos 37,5 litros. Un puyazo actual produce una hemorragia de 1,5 a 2,5 l, esto es, un 6% de su volemia. Hay que tener cuidado con no provocar sangrado por encima de esos valores pues mermarán las condiciones de poder del animal. Si un puyazo aplicado en la cruz (33% van a ese lugar) o más allá de ella (36%) no cae en lo alto puede afectar a las venas supra escapular o a la arteria de igual nombre y producir una hemorragia superior. Aún por debajo de ese 6% de su volemia el toro verá reducido su poder y es por ello, también, por lo que hay que picar en el morrillo, pelota muscular memos irrigada y nervada que las zonas cercanas. Sobre la hemorragia del 6% podemos hacer una comparación con el hombre. La volemia de un hombre de 70 kgs es de unos 5 litro. El 6 % de la volemia sería unos 300 cc. Si nosotros donamos sangre nos extraen 300 cc, normalmente, y nuestro estado posterior pasa a una lasitud que remediamos con una Coca Cola y un bocata mientras reposamos unos minutos. Pero el toro ha de seguir atacando, respondiendo a su casta, corriendo; sin coca, descanso ni bocata…
Es cierto que lo de evitar la congestión del animal con un necesario sangrado no tiene sentido ya que la congestión se produciría con porcentajes de volemia superiores al 30%, totalmente imposible en la lidia.
Choque y lucha en el peto
Insistimos en evitar el choque del toro contra el peto; y seguiremos insistiendo. Las malas consecuencias de los choques violentos producen deterioros físicos y psíquicos muy perjudiciales para la lidia. Repetimos que, al igual que el torero debe evitar los enganchones en capa y muleta y así lograr una embestida templada y lineal (obediente al trazo del lance o del pase), el picador debe templar con la fuerza de su brazo y el dominio de su caballo la energía cinética que desarrolla el animal en el encuentro. El choque y el exceso de tiempo luchando contra él produce también un deterioro psíquico que anula en parte la voluntad del cornúpeto, empeorando su comportamiento. Todo es negativo tras una vara clavada fuera del morrillo, permitiendo el choque contra el peto y alargando el tiempo de la pelea por encima del estrictamente necesario
Sabemos que es difícil hacerlo bien, pero también es difícil correr 100 mas en 10″, o levantar 150 kgs, saltar 2,40 mts de altura, o… Para ello hay que entrenarse. Una persona de 100 kgs no correrá 100 mts en 10″. La de 50 no levantará 150; y la que mide 1,60 mts de altura y pesa 80 kgs es presumible que no salte 2,40 mts de altura. Por ello debemos denunciar que esté permitiéndose picar a señores con el físico inadecuado porque es imposible que puedan hacerlo bien. Nos consta que la Unión de Picadores y Banderilleros de España y los picadores más veteranos, están muy preocupados con el intrusismo que hay en su escalafón, y que es imposible atajar por la lasitud de la reglamentación al respecto. Un aspirante al escalafón que tenga un escrito de un ganadero en el que se diga que ha picado en sus tentaderos y está preparado para la profesión ya tiene derecho a hacerlo. Vergonzoso.
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«TITO DE SANDOVAL» PICA EN CERET A UN SALTILLO DE MORENO DE SILVA
LA SUERTE DE VARAS, III
Ahormar la embestida
Entiendo por “ahormar la embestida” el adecuarla para la faena de muleta. Ello requiere lograr que el toro humille debidamente, temple su ímpetu y describa una trayectoria acorde con la de la muleta. Si esto es así, deduzco que hay que poner la puya en el morrillo ya que ahí están los dos músculos extensores que permiten el bajar o subir la cabeza. Estos músculos son dos y van desde la cruz a la testuz, en paralelo. Al afectarlos con la puya provocan en el toro una reticencia a utilizarlos violentamente y a permanecer más tiempo humillado. Estos músculos, los epiaxiales, pueden también orientar la cabeza más a un lado que al otro, según sea el afectado, rectificando alguna tendencia en el caso de que el burel la presente.
Es también ahormar la embestida regularla templando el encuentro en la suerte. El picador debe retener con su brazo la violencia del ataque, con su cuerpo apoyado en su estribo izquierdo, volcado sobre el toro y tratando de que el caballo le ayude a mitigar la fuerza del encuentro, desplazándolo hacia a la izquierda poco a pocoy facilitando la largada.
Dicen los picadores que es imposible picar en el morrillo porque en toro se coloca debajo del peto y “físicamente” no hay forma de poner la puya ahí. Creo que tienen razón: hoy es difícil lograrlo. A ello no ayudan las domas actuales de los caballos, la preparación física de muchos de los picadores y el desconocimiento de la anatomía de los toros. Ya no está en YouTube, pero hubo un video de los entrenamientos en la cuadra de Alain Bonijol, por el que podíamos ver cómo seis hombres sujetaban una colchoneta apoyada en la grupa izquierda del caballo mientras con un tractor pequeño atacaba el flanco derecho simulando el encuentro de un toro y el peto. La doma del caballo era para absorber el choque, para acostumbrarse a él. Actualmente aparece un video en el que la doma es mucha más bucólica y bella, en la que el caballo obedece al bocado de forma airosa, lo que sin duda es algo muy positivo que hace este picador y gran aficionado francés que está logrando un caballo torero para la cita y llegada, pero que posibilita el topetazo con el peto con caballos adiestrados para ello.
Yo me digo: ¿Si estimamos que es malo para la lidia el que la muleta o el capote tope con los pitones porque priva al toro de su temple natural, por qué no criticamos igual el topetazo con el peto? Mí no comprender. Al margen de la mengua física y psíquica que sufre el animal en esos largos encuentros.
Continuará… (Hablaremos de la Tauromaquia de Pepe Hillo).
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AZULEJO TAURINO DEL XVIII
LA SUERTE DE VARAS, II
Comprobar la bravura
Para comprobar las condiciones del toro en el caballo es imprescindible que el burel sea puesto en «suerte» debidamente. Esta función debería ser importante en la formación del torero desde sus comienzos como novillero. Las escuelas taurinas han de dedicar mucha atención a este menester ya que es básico para conocer las posibilidades que ofrecerá el toro en su posterior lidia.
La 1ª vara deberá plantearse desde el lado más lejano a la querencia del toro, o sea: de la salida por toriles. Al poner el toro en «suerte», esto es, parado, perpendicular a tablas y cerca del círculo menor, sin traspasarlo, el picador llamará al toro e irá acercándose a el citándolo con la voz, con movimientos de la vara y con ruido de estribo si fuera necesario; sin la ayuda de peones. Decía Raimundo Rodríguez, tres veces ganador del prestigioso trofeo de la peña «El Puyazo», que partiendo de su posición de espera,con la culata del caballo perpendicular a tablas y a un metro de éstas, aproximadamente, si se va acercando pausado al toro en linea recta, llamándolo con la voz y con los movimientos de la vara rara vez no acudirá presto al encuentro. Si la mansedumbre no le permite al toro ir con presteza, el picador ha de cambiar la situación de su caballo acercando la cita a toriles hasta que el burel acepte el encuentro. Si la reticencia del toro a acudir al caballo persistiera, el picador deberá intentar picarlo aún traspasando la raya de protección y puede ser ayudado por los cites de los toreros. En el encuentro el picador deberá girar la cabeza de su caballo hacía la izquierda con objeto de posibilitar la salida del toro por la cara derecha del caballo evitando el choque violento contra el peto.
Recordemos cómo criticamos a los toreros cuando por falta de temple permiten que el toro toque los engaños. Ahora juzguemos cuánto más deteriora al burel el choque, a veces violento, contra el peto. Es, sin duda, una necesidad en la lidia el evitar que el toro rompa su ritmo de embestida por los sucesivos topetazos contra el peto.
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«PUYAZO». PIEZA ÚNICA DE MANOLO REVELLES
LA SUERTE DE VARAS, I
Objetivos de la Suerte de varas
La primera suerte de la corrida es la de varas, que tiene por objetivo los siguientes:
1.- Comprobar las condiciones del toro. Su bravura o mansedumbre; la casta, poder y fijeza.
2.- Ahormar la embestida. Templar su ímpetu, adecuar su humillación, conseguir un uniforme recorrido rectificando tendencias.
3.- Regular su poder para acondicionar su lidia al toreo actual.
4.- Facilitar quites artísticos.
1.- Comprobar la bravura
Para comprobar las condiciones del toro en el caballo es imprescindible que el burel sea puesto en «suerte» debidamente. Esta función debería ser importante en la formación del torero desde sus comienzos como novillero. Las escuelas taurinas han de dedicar mucha atención a este menester ya que es básico para conocer las posibilidades que ofrecerá el toro en su posterior lidia.
La 1ª vara deberá plantearse desde el lado más lejano a la querencia del toro, o sea: de su salida por toriles. Al poner el toro en «suerte», esto es, parado, perpendicular a tablas y cerca del círculo menor, sin traspasarlo, el picador llamará al toro e irá acercándose a el llamándolo con la voz, con movimientos de la vara y con ruido de estribo si fuera necesario; sin la ayuda de peones. Decía Raimundo Rodríguez, tres veces ganador del prestigioso trofeo de la peña «El Puyazo», que partiendo de su posición de espera,con la culata del caballo perpendicular a tablas y a un metro de éstas, aproximadamente, si se va acercando pausado al toro en linea recta, llamándolo con la voz y con los movimientos de la vara rara vez no acudía presto al encuentro. Si la mansedumbre no le permite al toro acudir con presteza, el picador ha de cambiar la posición de su caballo acercando la cita a toriles hasta que el burel acepte el encuentro. Si la reticencia del toro a acudir al caballo persistiera, el picador deberá intentar picarlo aún traspasando la raya de protección y siendo ayudado por los cites de los toreros. Al encuentro el picador deberá girar la cabeza de su caballo hacía la izquierda con objeto de posibilitar un encuentro que permita la salida del toro por la cara derecha del caballo evitando el choque violento con el peto.
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