EXPLICACIÓN FINAL SOBRE LA ENAJENACIÓN DE LA VACADA MONACAL
Seguimos con nuestro interés por documentar la ganadería que mantuvo durante 50 años el Monasterio de la Santa Espina, para poder dar fe de existencia de ella, callada y oculta hasta ahora, con explicaciones convincentes y definitivas.
El punto de partida lo facilitó el documento manuscrito de un perito encargado de estudiar los útiles que dejaban al Monasterio la vacada que poseía, y los posibles beneficios que otro tipo de explotación pudiera proporcionarle a la economía monacal.
La detallada contabilidad que nos muestra el manuscrito, con apuntes datados desde el año 1726 al 1775, aportaba resultados que el perito presumía muy mejorables si se aceptaba cambiar la vacada por ganado lanar, aportando ese cambio, además de mejoras económicas la limitación de los daños que el ganado vacuno ocasionaba a los montes y prados en el que pastaba.
En el trabajo realizado por F. Guillén Robles, reflejado en su obra de 1887 “El Monasterio de la Santa Espina, su erección, privilegios y vicisitudes”[1], se nos dice: “Respecto al ganado, hubo un tiempo en que poseyó la Espina gran vacada, y hasta 5.000 o 6.000 ovejas; a pesar de tan considerable número, eran tan extensos sus pastos, que todavía podían arrendar sus herbajes”.
José Luis Rodríguez de Diego, archivero del Departamento de Paleografía y Diplomática de la Universidad de Valladolid, en el Cuaderno de la Cátedra II, referente a “El Tumbo del Monasterio Cisterciense de la Espina”, nos cuenta sobre “la gran vacada que el Monasterio posee”, y aconseja venderlas y cambiarlas por yeguas “… ya que éstas no dañan el monte”[2].
Tanto la sustitución de la vacada por yeguas u ovejas, el cambio viene avalado por la necesidad de preservar los pastos que poseía el Monasterio procurando evitar la cantidad de problemas que los animales bravíos provocaban. Si, además, según el estudio económico que adelantaba el perito en su documento, la utilidad era tan mejorable con la eliminación de la ganadería de toros, había que decidir lo conveniente sin demora.
Y así fue. El documento que hemos mostrado, el que ha motivado este trabajo de investigación, fue determinante. Otro gran trabajo, el de D. José Miguel López García, intitulado: “La transición del feudalismo al capitalismo en un señorío monástico castellano. El Abadengo de la Santa Espina (1147-1835)”[3], nos facilita la información definitiva para resolver nuestras dudas. Un cuadro detallado, el nº 47 de la obra, nos muestra el número de cabezas de la vacada por medias anuales, sus crías, reses consumidas para alimentar a los monjes, pérdidas, utilizadas en la labranza y vendidas «… para corridas y toros de muerte».
El estudioso nos explica cómo se fueron sustituyendo por ganado caballar las reses bovinas que se vendían, perdían o consumían, y finalmente, nos explica la solución de la enajenación al informarnos de que en 1776, el año posterior al de nuestro manuscrito, los monjes pidieron permiso al General Reformador para vender la vacada “… a fin de preservar la explotación forestal y obtener los fondos necesarios para ampliar la cabaña ovina; al año siguiente, el padre cillero vendió las 122 cabezas que quedaban en la granja de San Juan por 23.840 reales de vellón”.
Son pues concordantes con los estudios mostrados la enajenación de la vacada, la sustitución paulatina por yeguada y la decisión final del Abad de repoblar la cabaña ovina para seguir los consejos del autor de nuestro manuscrito, que prometía muchos más beneficios con las ovejas, tanto en lo económico como por evitar pleitos y daños como los que el ganado vacuno, asalvajado, producía en los pastos del Monasterio de la Santa Espina.
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(ENTRADA ANTERIOR, INSERTA EN ESTE BLOG)
UNA GANADERÍA DE TOROS VÍCTIMA DE UN ESTUDIO ECONÓMICO IRREPROCHABLE, LA DEL MONASTERIO DE LA ESPINA
EL OCASO DE UNA GANADERÍA FRAILUNA, 1726 – 1775, OCULTA DEL GENERAL CONOCIMIENTO, HASTA AHORA…
Cualquier tiempo pasado fue… poco más o menos igual que siempre. Y es el caso que me topé el otro día en mis archivos taurinos con un documento de 1775, en el que un “gestor externo” (así se diría en el nuevo idioma snob), se adentró en los intríngulis de los libros de una ganadería de toros bravos que poseían los frailes del Monasterio de la Espina, dispuesto a rastrear bienes y provechos que dieran a esa comunidad contemplativa la máxima utilidad. Cierto es que en el documento la palabra más repetida es esa: útil, utilidad…
La encomienda le venía al experto como anillo al dedo; no le tembló el ábaco a la hora de valorar los haberes y de compensar los perjuicios que la Bacada (siempre la pone con mayúscula y con “B”) provocaba en la serena sociedad frailuna. Estudió los niveles de los Montes Torozos de los páramos de la Tierra de Campos; y las posibles mejoras que una adecuada explotación agrícola podrían reportar tras el óptimo aprovechamiento de las tierras aledañas al Monasterio, y se puso a sumar y restar para calcular cómo realizar un proyecto provechoso sin que en ello hubiera de meditar si era castigable el toricidio que se presuponía.
Para ello comenzó a valorar el “útil” que las “Corridas y toros de muerte” habían reportado al Monasterio en los últimos 50 años, lo que figuraba en el libro que se le entregó como guía cierta. Desde el año 1726 de su primera página hasta el anterior al del ejercicio que se emprendía, el de 1775, habían transcurrido muchos años; de ellos, en todos menos en uno, y el corriente, se vendieron toros de muerte. Las cuentas le indicaron que “unos con otros”, el rendimiento medio por año fue de 3.116 reales y 20 M, que, sumados a los 100 ducados aplicados a gastos extraordinarios, vienen a resultar otros 1.516 reales por año; y esto suponía una suma de: 4.632 reales, que no llegaban a superar la mitad siquiera de los beneficios que el ganado Lanar aportaría, como a continuación explicaba; y esto sin considerar los daños irreparables que el ganado bravo producía en el monte.
Y es que las cuentas que el severo gestor hacía del útil del ganado lanar resultaban incontestables. Vendiendo las 150 cabezas de ganado vacuno, a veinte ducados pequeñas con grandes, resultaban 33.000 reales. Aplicando 3.000 para el ganado manso necesario para la labranza y alguna ternera para las urgencias del Monasterio, con los 30.000 restantes se podían adquirir 1.300 ovejas, por lo menos que, según regulación que se practicó, producirían 1.300 arrobas de lana, que a razón de 0,30 ducados / arroba, importan 4.500 reales; además se contempla el útil de las crías, que regulado por año en 800 corderos, su lana o «añaos» debe ser 24 arrobas, que vendidas por 38 reales / arroba, hacen 912 reales; y los 800 corderos, valuados en 8 reales cabeza, su total asciende a 6.400 reales; y al juntar dichas producciones (sin incluir las del queso que se deja para alimento y salario de pastores), resultaban 11.812 reales / año (4.500 + 912 + 6.400 = 11.812).
Argüía el prolijo gestor, que además de la diferencia del beneficio entre la explotación lanar (11.812) y la de la torada (4.632), “… se sigue el beneficio de la conservación y acomodo del monte, cuyos destrozos y daños, las más de las veces, no se pueden evitar por ser el ganado tan bravío y no poderle sujetar los pastores, lo que no sucede con el lanar; y eso mismo se puede hacer con el ganado manso que se compre para los fines propuestos, procurando recogerles de noche y darle algún cuido para que no se haga fiero”.
-“Más síguese el no tener que compensar a los pueblos convecinos con motivo de la entrada de dicho ganado en sus términos, ni tener que pagar prendas exorbitantes como ha sucedido muchas veces”.
-“Más tendrá la utilidad el Monasterio (y no es la menor) de que en la mitad de los prados que hoy sirven de pastos para la Bacada, se pueda recoger alguna yerba y mucho más grano que en las tierras menos fructíferas que en el presente se labran, y al mismo tiempo se evitará el que se dañe el ganado lanar por las entradas en los dichos prados como se advierte ahora”.
-“La Yeguada, si bien se considera da aún menos útil al monasterio por ser numerosa daría y fructificaría más si se redujeran a 8 o 10 mansas encerrándolas de noche y cuidándolas como lo hacen los labradores particulares inteligentes con las suyas y administrándolas donde más conveniente parezca”.
-“Por las mismas razones que la Bacada en pagos de daños y su poca utilidad, me podrán informar si será conveniente vender la Cabrada, reduciendo estas a 6 cabezas en cada uno de los “atos” lanares para que así haya el surtido necesario a la Comunidad y enfermos así de leche, como de algún cabrito, con la inteligencia de que el importe que allegue, como de cabrar y bacar se ha de emplear en ganado lanar”.
A continuación, el resumen de los ingresos habidos por la venta de reses bravas en el periodo indicado, causa por la que la ganadería no llegara a los primeros años de preminencia del toreo a pie, evitando así ser más fácilmente conocida.
1726-1774
(Por cada año):1.100; 6.740; 835; 2.593; 6.017; 1.840; 14.217: 1.980; 3.180; 4.242; 2.859; 1.188; 2.353; 4.411; 1.400; 2.610; 6.600; 1.010; 3.206; 1.760; 1.840; 3.250; 8.585; 3.410; 2.610; 657; 550; 600; 1.700; 1.390; 6.200; 1.580; 1.120; 7.930; 4.270; 4.524; 6.237; 2.583; 8.400; 2.000; 3.000; 7.200; 3.960; 3.120; 2.016; 1.650 = 168.853 reales.
Corolario:
Suponemos, aunque nuestro documento no lo indica, que la conclusión de este negocio terminaría con la venta de la “Bacada” frailuna ya que el apabullante beneficio de su sustitución por el ganado lanar no aconsejaba otra cosa. Hemos hurgado en papeles, libros y manuscritos de la época. Sobre todo, de los varios de los que disponemos del ayuntamiento de Salamanca, Valladolid, Medina, etc., sin éxito, sobre alguna referencia de ganado lidiado de esta procedencia. Y ahora encarecemos a nuestros lectores para que, si pueden, nos aporten esa información que completaría la triste, pero curiosa, historia de una ganadería de toros bravos que mantuvo el tipo durante 50 años, al menos, hasta que llegó al huerto un economista liberal y poco aficionado… (Algo más tarde llegaría Godoy con la desamortización que mandó a los cistercienses a otros prados menos fructíferos).
“Recuelo”:
Antes de publicar esta entrada, y con la esperanza de dotarla de mayor empaque, solicité ayuda diversa a conocedores de la historia de las ganaderías antiguas. Topé con una ausencia total de información sobre ella, por lo que me allegué a los vecinos de la zona del Monasterio, concretamente a mi amigo Juan Ignacio, de los Sagarra – Gamazo de la ganadería de Raso del Portillo, quien me puso en contacto con Julio Olmedo Cantalapiedra, estudioso de los orígenes de las ganaderías de bravo de la zona.
Con el envío de los manuscritos adjuntos, comenzamos una continuada consulta sobre los antecedentes ganaderos de la zona del Monasterio, para ver de casar debidamente noticias que pudieran acreditar la veracidad del citado documento. Tras mucho esfuerzo y trabajo (perdona Julio por la giba), el estudio de un sonado pleito en el que los abades del Monasterio fueran acusados de no permitir el paso de ganado por sus tierras; la investigación del estudioso aficionado vallisoletano Sr. Olmedo; y la consecución, al fin, del libro que escribiera en 1887 F. Guillén Robles sobre el Monasterio (facilitado por Julio Olmedo), vimos, a Dios las gracias, que el citado Cenobio poseyó “gran vacada” en el pasado, lo que sintonizaba perfectamente con lo expresado en el manuscrito de nuestra biblioteca.
Agradezco muy de veras el tiempo y conocimiento que me ha regalado Julio Olmedo, para poder presentar con total credibilidad la existencia efímera de una ganadería frailuna que duró, al menos, 50 años, del 1726 al 1775. Y quedo a la espera de disponer del tiempo necesario para visitar el Archivo Histórico Nacional y estudiar los 45 libros que, sobre el Monasterio de la Espina (también de la Santa Espina), se guardan en el citado centro de custodia, que, sin duda, nos dará mayor conocimiento sobre el espíritu ganadero de los monjes de Castromonte, Valladolid.
Me ha satisfecho dar a conocer esta oculta ganadería, datada en una época de transición del toreo a caballo y en los albores del predominio del toreo a pie, porque nos ayudará a conocer mejor la evolución de la Tauromaquia en sus más interesantes avatares, como ya indicamos en el estudio, editado por la Unión de Bibliófilos taurinos, La saga de los Merchante. El tránsito del toreo a caballo, que acompañábamos con 17 manuscritos, desde 1738 a 1757, y con dos maravillosos grabados del maestro Vicente Arnás Lozano, que cedió generosamente a la publicación que dedicábamos al presidente de la Unión de Bibliófilos, Salvador Ferrer Irurzun.
[1] “El Monasterio de la Santa Espina, su erección, privilegios y vicisitudes”, 1887. F. Guillén Robles. Edit. Madrid, Imprenta y litografía de los huérfanos. Pág. 33.
[2] “El Tumbo del Monasterio Cisterciense de la Espina”. J. L. R. de D. Edita: Universidad de Valladolid. Departamento de Paleografía y Diplomática, 1982. Pág. 76.
[3] “La transición del feudalismo al capitalismo en un señorío monástico castellano. El Abadengo de La Santa Espina”. J. M. L. G. Edita: Junta de Castilla y León. Conserjería de Cultura y Bienestar Social. 1990. Pág. 343-344..
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