PASEAN EN LA LIDIA SUS LESIONES SIN APENAS RECONOCIMIENTO
Muchos toros se van al desolladero tras sembrar de dudas al aficionado por su errático e inesperado comportamiento tras los puyazos. Muchos buenos toros no lucen sus cualidades en la muleta, a pesar de su buena actitud en las dos primeras suertes. Muchos ganaderos ven a sus pupilos más considerados por sus reatas, cómo hacen desvanecerse las esperanzas de su bondad tras ser picados, a veces de forma «casi» correcta. ¿Quién les echa una mano a ambos?: NADIE.
La profundidad que llega a alcanzar la puya puede aliarse con el movimiento de los pulmones en su cavidad, llegando a herir al toro de forma inapreciable, pero que puede ser muy lesiva. La respiración se le hace dificultosa, la disnea y la tensión arterial se incrementa; su movimiento se hace más lento y discontinuo, acabando su ímpetu precipitadamente sin que, aparentemente, nadie se explique el por qué. Luego el toro puede recibir pitos en su arrastre sin que alguien defienda su casta y bravura.
Y digo antes que a veces, aún picando aparentemente bien, las lesiones que produce la puya pueden llegar a ser graves, porque he comprobado en muchas ocasiones que un toro, aún picado arriba, «casi» al final del morrillo, antes de la cruz, ha sufrido incisiones en la zona pulmonar que redujeron sensiblemente sus cualidades, fortaleza y comportamiento. Estas lesiones suelen ser las menos detectadas por el aficionado porque sus secuelas suelen ser confundidas con falta de casta, «poca duración», poco poder, etc. Pero la realidad pudo estar en esa incisión pulmonar que provocó la profundidad a la que llegó la puya, aliada con la inercia con la que los pulmones se movieron en su cavidad torácica. En esa coincidencia, cuando el puyazo no cae hasta el final del morrillo, puede producirse ese neumotórax que acaba con parte del poder del cornúpeto.
Recuerdo a un «torrestrella» en Bilbao, 19/VIII/2019, «Marinero», colorado que tras pasar por varas quedó muy afectado en su poder y embistió a media altura porque no podía respirar bien, lo que detectamos por el sonido lastimoso, cada vez que inhalaba o exhalaba, con una frecuencia anormalmente alta. El seguro neumotórax que sufrió, aunque no conozco si fue detectado en el desolladero, acabó con la bravura con la que se había comportado en el primer tercio. Su matador, Román, perdió una oportunidad de triunfo. Su picador, seguro que seguirá creyendo que picó bien.
Recordad a «Zahareño», de Santiago Domecq, lidiado en Madrid el 16 de junio del 2019 por David Fandila «El Fandi», que fue el último toro de la Feria de San isidro 2019. Por cogida de Pablo Aguado, el granadino lidio este bravísimo toro que, según la mayoría de críticos » se acabó muy pronto». A pesar de ello, veterinarios y aficionados premiamos al de D. Santiago como el toro más bravo del serial, pues sus cualidades superaron a ese «defecto» de acabarse pronto. El toro fue 3 veces al caballo con codicia, a pesar de que en el primer encuentro recibiera de Manuel Bernal un puyazo trasero que le produjo un neumotórax (ver la foto superior). Se observa el ímpetu de su embestida en la foto de abajo, y también dónde cayó la puya del otras veces buen picador. El veterinario taurino y gran investigador sobre la Suerte de varas y sus consecuencias, D. Julio Fernández Sanz, buscó el porqué de ese irregular abandono del poder de «Zahareño» y encontró en su canal la huella de la herida «lisiadora». No se acabo pronto el bravo Domecq: lo acabaron…
El día 2 de octubre de este año, en Las Ventas, Emilio de Justo el torero de Torrejoncillo, Cáceres, (pueblo de mi padre), lidio un buen toro de Garcigrande, el 2º de la tarde, de nombre «Tapadero», que tras pasar por los dos puyazos que le propinó Germán González, lo noté extrañamente afectado. Puse un mensaje a un veterinario amigo que se preocupó de investigar la canal del toro, comprobando que los dos puyazos alcanzaron el mediastino y le produjeron un fatal neumotórax que limitó su comportamiento posterior, en la no humillación, embestidas arrítmicas y cansancio prematuro. Y todo esto pasa inadvertido la mayoría de las veces no sólo para el público, sino que toreros y ganaderos creen en otras extrañas causas al desconocer la letalidad que los puyazos pueden producir.
«CASERO» fue un excepcional toro de Victoriano del Río lidiado en «Las Ventas» el 8/X/2021, que tras ser picado horrorosamente perdió muchas de sus excelentes facultades. «Manzanares» sufrió las consecuencias, aunque seguro que se preguntará aún por qué se afligió el que fuera gran toro antes de la Suerte de varas.
Otra de las lesiones más comunes que sufren los toros en varas es la producida por la afección de los cartílagos de las escápulas cuando los puyazos quedan caídos. Estos cartílagos, que cohesionan las escápulas con los músculos que facilitan el movimiento de los miembros delanteros, al verse afectados producen en los toros una molestia que les impiden apoyar debidamente las manos, perdiéndolas a veces y provocando que las embestidas no sean armónicas. Este defecto se trasluce en un continuado doblar de pezuñas al querer embestir a pesar del dolor que a veces no puede ser bloqueado por recibir una sobreestimulación al generarse una inflamación anómala, excesiva, que sólo pueden superar los toros más bravos, como fue el caso del toro de Fuente Ymbro indultado por «Finito de Córdoba» en Cabra en el pasado septiembre.
Los puyazos traseros, esos que se infieren en la cruz, y los posteriores a ella, son muy perjudiciales para el toro, cada vez peores cuanto más traseros sean. Los menos traseros afectan, principalmente, a los músculos locomotores impidiendo el movimiento armónico en la embestida, ya que el burel intentará utilizar los menos afectados, mostrando unas tendencias erráticas que proponen su desasosiego. En el eje longitudinal del toro o novillo, por detrás del morrillo, es decir, en la cruz o en regiones posteriores, es fácil alcanzar con la puya las espinas dorsales o apófisis espinosas de las vértebras dorsales, pues a ese nivel discurren casi a flor de piel. Lesiones óseas en dichas apófisis espinosas que pueden ser producidas por puyazos superficiales o incluso en los cuerpos vertebrales o costillas por puyazos traseros o profundos, le provocan a la res unas molestias extras cuando no es capaz de bloquear el dolor de la lesión ósea. En estos casos muestra un excesivo cabeceo, echa las manos por delante o se revuelve con premura, o se para y desarrolla embestidas violentas y defensivas. A menudo, el comportamiento de la res posterior a puyazos que causan este tipo de lesiones óseas, repercute negativamente en su juego, alterando la lidia y arruinando el espectáculo.
Es bastante común ver a toros bravos que «se duelen» en banderillas, lo que a muchos les hace dudar de su bravura. Sin embargo, conviene estudiar en qué condiciones se ha producido esa muestra de dolor, porque en muchas ocasiones son debidas a la afección del arpón en las vértebras dorsales o lumbares, y ello puede ser imposible mitigar con la aportación normal de endorfinas de la res; volvemos otra vez a una lesión ósea, menos importante que la producida por la puya, cuyo dolor es difícil de paliar de inmediato. Lo normal en el toro bravo es que, pasado unos minutos, se restablezca y reanude la lidia debidamente.
Las lesiones del toro en su encuentro en el peto son de dos clases, principalmente: las físicas al chocar con violencia, y las psíquicas, al comprobar que su esfuerzo no tiene consecuencias. Las primeras son determinantes para disminuir en demasía el poder del burel, y pueden mostrarse como agotamiento prematuro y abandono en la entrega a la muleta. A veces, el violento encuentro puede producir una fisura craneal en el toro por chocar la cabeza con el estribo derecho del apoyo del picador, lo que confirman los taxidermistas que las reciben para su conservación. Al no detectarse esta lesión si no se quita la piel de la cabeza del toro, muchos de ellos pueden estar heridos y nadie lo sabe. Otras veces se rompen los cuernos por la cepa por la citada violencia del choque. De estas afecciones, que creo que son de la misma naturaleza, desconozco bastante, aún; sé que tras estos choques violentos aparecen comportamientos opuestos al que tenía el toro antes del encuentro, pero es difícil de evaluar debidamente el hecho, principalmente por que desconocemos tanto la lesión física como la intensidad de la afección psíquica.
Dicho lo anterior, deseo alistar a muchos aficionados en un grupo de convencidos de que la Suerte de varas no debe seguir siendo realizada como se hace, porque las consecuencias tan perjudiciales para la lidia que hemos apuntado, deben y pueden ser evitadas. Y ya que no podemos conseguir que, ni aún los buenos picadores, la realicen con ortodoxia, esto es: puya hasta el final del morrillo, detención del toro sin que llegue al peto y expulsión del mismo con premura, debemos optar por la adopción de útiles que eviten las graves lesiones que hemos citado. Acortar las puyas y hacerlas de base de pirámide cuadrangular; sustituir los arpones de las banderillas por punzones cortos; colocar estribos mullidos que atenúen la violencia del choque; y, sobre todo, concienciar a picadores, toreros y aficionados de que la Suerte de varas es una suerte importante que debe ser realizada con efectividad y arte, y que de no hacerlo seguiremos cargándonos la esencia del toreo: la integridad del toro.
Y como colofón de estos pensamientos, me gustaría recordar a los matadores y banderilleros la necesidad de poner al toro bien en suerte. Es denigrante ver día a día a los más afamados toreros poner al toro junto al caballo de cualquier forma, al relance, entre las rayas; colocarse a la derecha del jaco distrayendo al toro; permitir a los subalternos llamar al burel al lado mismo de la cabeza del caballo… En definitiva, hay que convencer a los lidiadores de que la Suerte de varas es una cosa muy importante y debe realizarse con mucha seriedad; lo de que irá en beneficio de su faena de muleta también nos gustaría recordárselo, pero estoy seguro de que la mayoría no sienten interés por ello porque, creo yo, no saben para qué sirve la bella Suerte de varas, fuera de para quitar poder al morlaco.
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