ARTÍCULO DE D. ANDRÉS CALAMARO EN EL «ABC» DE 10/VI/18
Tengo el máximo respeto por las opiniones de los demás. Pero creo en una Fiesta Nacional íntegra y verdadera; ecléctica, estética, épica y, desde luego ética. Creí siempre en la evolución del Toreo como algo esencial para su superveniencia por la necesidad de adaptarlo a las sensibilidades que las sociedades, en su progreso, van alcanzando. Las tradiciones no pueden ser inmovilistas pues, trocarían en ese “estilismo” insano que denunciaba Ortega y Gasset. Según Émile Herzog “André Maurois”: “Las tradiciones no se heredan, se conquistan” , y es por ello que las relaciones de los iberos con los toros han ido adaptándose en el tiempo con el debido respeto al animal y la sociedad, lógicamente cambiante. Así desaparecieron de los toros los alanceamientos, las medias luna alevosas, los dardos y sablazos inicuos; surgieron los petos, se reglamentaron las puyas con sus topes, las rayas de protección al toro y al picador… Hemos conquistado el continuar con una tradición que es espejo de nuestro carácter como grupo humano, que decía Eugenio D´ors en su artículo: «Ética y Tauromaquia», en «Arriba» de 6/VI/43, pág. 10.
Deseo mostrar mi respeto por lo que escribe D. Andrés Calamaro en un artículo aparecido en el diario ABC el 10/VI/18, en el que dice hacer un balance del recién terminado San Isidro taurino. Creo que debo contestar a alguna de sus apreciaciones que no se compadecen con la idea que tengo de lo que debe ser la Corrida en nuestros tiempos. Parece que el deseo del cantante y productor argentino, gran amante y defensor de los toros, es ver una lidia de toros estética, por encima de todo; al menos eso deduzco de su crítica a los toros de ganaderías “duras”, que llama él, y que habría que contraponerlas a la de ganaderías “blandas”, que digo yo.
Bueno, pues ahí está la discrepancia entre el Sr. Calamaro y un servidor. El toro llamado bravo es un animal, no un asesino, que vela por su hábitat, por su tranquilidad y por su orgullo, su casta, y que debe vender cara su vida para que su lidia y muerte tengan sentido. No defenderé, más aún, no soportaré una fiesta “light” con toros domesticados, obedientes y “toreables” que no exigen un gradiente de valor, entrega y riesgo del matador al que se autoriza su muerte, porque ello desmitifica el rito taúrico. El derecho a matar un animal tan bello y único sólo se legitima si la lid tiene un equilibrio entre la inteligencia del torero y la animalidad del toro.
A mi modo de entender el Sr. Calamaro disfruta más de las corridas de toros semi domesticados, lidiados por consagrados matadores, que de aquellas en que el torero modesto ha de fajarse con el morito encastado en una lidia aguerrida, técnica y artística en la que ha de ir puliendo los defectos del animal, preocupándose de que su cuadrilla actúe acorde con las condiciones del toro. Yo creo que hay más verdad en la cita de un picador de frente al toro, largando la vara al recibirlo, clavando certero el puyazo en el morrillo y templando la embestida del animal largándolo sin que llegue a tocar el peto, que en 50 muletazos a un toro dócil, las más de las veces sin apreturas, la mayoría de ellas con el poder del bravo demasiado perdido en varas alevosas.
La humillación, el arar la arena, de los toros es algo precioso para la estética de la corrida, es fundamental para que el torero pueda lucirse en ella, algo deseable siempre. Pero esta humillación se debe “fabricar” con los pasos que ofrece la lidia mejor que con la domesticación, tales como: bajar las manos en el recibo con el capote para enseñar al toro a embestir con templanza; picar con medida en el morrillo del animal, donde se encuentran los músculos epiaxiales elevadores de la cabeza que ahorman el movimiento de la misma; templar con la vara la embestida, no rompiéndola contra el peto; y, después de las banderillas cara a cara, dándole la lidia de muleta que necesite cada animal para poder lucirse luego con bellos pases hasta que el toro pida la muerte. Todo en una faena en la que se aprecie la épica; y cuando el toro esté ya vencido, éticamente procede darle la muerte, de inmediato.
Un gran torero, de corta carrera por una lesión, que salió en 5 ocasiones por la Puerta de Madrid, decía en Valladolid tras una charla que dimos sobre la Suerte de varas: “Si mi picador no picaba en el morrillo sabía que al terminar la corrida no volvería a torear conmigo”. Era D. Santiago Castro “Luguillano” , quien nos dijo que había comprobado que los toros picados en el morrillo eran más ciertos en la muleta, humillaban y embestían mejor. Por eso, la lidia acertada y completa debe ser exigencia primera del que se llama torero, y con ella los toros “duros” lo serán menos, y los altivos humillarán, y las faenas podrán ser épicas, estéticas y, sobre todo: éticas.
Ante los antitaurinos, y ante mí mismo, le sería muy difícil al Sr. Calamaro justificar la muerte de un animal domesticado, casi, o sin poder, o de aquel al que se les ofrece una faena de “ATS”, para que no caiga; o defender esas faenas laaargas que se realizan a toros ya vencidos, que nunca deberían ser así ofendidos en su “dignidad” de bravo.
Y por último, levanto mi copa para brindar por esos ganaderos románticos que siguen criando toros encastados a pesar de ser poco rentable su cría. Aquellos que quieren seguir conservando la casta de la ganadería de sus predecesores, y que son normalmente marginados por los toreros mandones y los señores nocivos de lo que llamo “el taurineo”. Estos ganaderos románticos, que enumerara en su día D. Luis Fernández Salcedo, 13 eran entonces, nos dan fuerzas a muchísimos aficionados para seguir soportando los agravios de esos que mandan dentro y fuera de las plazas; de esos toreros que nunca se pondrán delante de un toro que haya que lidiar con mando, saber, enjundia y generosidad valerosa. Brindo por los toreros que lidian esos encastes que rechazan sus compañeros de la “pomada”, porque ellos sí demuestran su torería. Brindo por los aficionados que día tras día esperamos que el escalafón meritocrático de los coletudos se mida en contratos con el coeficiente de dificultad del ganado al que se enfrentan.
Y pido al Sr. Calamaro que comprenda a esa raza en peligro de extinción que somos los aficionados que deseamos que el toro encastado, también en peligro, el toro de lidia, manso o bravo, siga saltando a las plazas en su rica diversidad, y que sean toreados por toreros sinceros en lid equilibrada, ante todo ética y épica; si puede, además ser estética mejor, claro. Y así el rito permanecerá…
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