LAS FOTOS DE UN GRAN AFICIONADO QUE FUE TORERO
SIMÓN RODRÍGUEZ ALONSO, TORERO
Deseo rendir homenaje a un amigo, a un torero, a un aficionado que fue un gran hombre. Basta decir: “Simón”, para que todos los aficionados venteños sepamos de quién hablamos. Y para los demás del mundo del toro, podemos añadir: “El de Aplausos”, para ser reconocido. Sin embargo, pocos conocen la vida de este aficionado, que quiso ser torero, y al no conseguirlo ligó su vida al toreo para degustarlo de cerca y por derecho.
Simón nació en Badajoz el 26 de octubre del 1932. Muy pronto brotó en él la afición taurina; eran los años de la posguerra, plenos de necesidades e incertidumbres. Simón optó por resolver sus problemas refugiándose en su afición taurina, apoyado por su valor, constancia y determinación. Durante el segundo lustro de los 40 captó el interés de un médico pacense que lo ayudó con su ánimo y dineros, hasta que el galeno enfermó y no pudo seguir cimentando la carrera del torerillo valiente.
Tras ese revés vino la prestación del servicio militar, y luego todo se rompió, aunque siguiera la afición intacta. La vida de esposo y padre le requirió un empleo seguro, y le impidió veleidades taurinas que distrajeran su entrega familiar.
Conocí a Simón en Las Ventas, allá a finales de los 80. Era un hombre menudo, risueño, listo y activo como nadie; dicharachero y servicial. Le compraba la revista semanal de “Aplausos” siempre, a pesar de que mi quiosquero me riñera; a pesar de que tras acabar la corrida tuviera que ir con ella a las cañas de la tertulia posterior… Él encontró la solución para hacérmelo fácil, y determinó llevarme la revista y los programas a mi lugar de trabajo. De allí surgió la idea de publicitar mis productos en su gorra y en su camiseta. Había que “negociar” con “Canón”, que era su mentor entonces… Era divertido verle explicar los pros y contras del cambio de marca…
Simón trabajaba en los almacenes generales que El Corte Inglés tenía en Pinto, en un horario continuado de 8 a 15 horas. El diseñó su jornada para que le permitiera asistir al mayor número de festejos posible. Y como su jefe era un aficionado numismático, me preguntó si podría facilitarle monedas extranjeras para “canjearlas” con cesiones de horario especial en su trabajo. Mis muchos viajes de entonces por Asia y Europa, me permitieron facilitarle un montón de monedas que, aparentemente, conseguían la libertad que mi amigo Simón necesitaba.
Durante los meses de agosto y septiembre, Simón se recorría toda la comunidad de Madrid asistiendo a los muchos festejos que en ella se daban. Sus traslados, al no disponer de coche, los realizaba en autobús o en los coches de sus muchos amigos. ¿Va usted a Pozuelo? ¿Puede llevarme? En fin, se buscaba la vida de manera inteligente; se lo había ganado con la amabilidad y generosidad con las que siempre actuó. También “trabajaba” en las ferias importantes como Valencia, Sevilla, Pamplona, Zaragoza… Inquieto, trabajador, feliz y risueño siempre. Y aficionado; en sus “andares”, tendido arriba, tendido abajo, miraba de soslayo el ruedo, y sabía cuándo que detenerse para observar lo interesante. “Jóse”, éste no hace nada; me voy al “8”. Y seguía su ruta…
Una anécdota de su carácter y diligencia, era la forma de ganarse el sitio en las salidas a hombro de los triunfadores. Sabía que una foto en el periódico, o una imagen en la televisión, iba a suponerle un “extra” en sus emolumentos, y a pesar de su menudez siempre se colocaba adecuadamente, aún con empujones de los más fuertes… Claro, que para ello contaba con el afecto de los toreros, que le dejaban apoyar su mano en sus rodillas. Todos los toreros le querían; era cariñoso y atento, era lógica la reciprocidad.
Un fuerte abrazo, Simón. Vela por tu Toñi, tu Mari y tu Ángel Luis; y si puedes, hazlo también por nosotros, porque estoy convencido de que en el Cielo también te habrán recibido con alegría y harán caso de tus demandas.
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