SANGRE Y LESIONES PRODUCIDAS POR LA PUYA
Parece lógico pensar que dada la poca importancia que matadores y picadores dan al lugar en que cae la puya en el 94% de los casos (36% en la cruz, 34 detrás de ésta, 14 caídos, 10 en la paletilla)*, no debe ser transcendente ello para el posterior comportamiento del toro en la muleta. Da la impresión de que, más allá de la merma de poder que hay que infringirle al burel para su posterior lidia, no existe otra causa por la que éste sea picado. Este desconocimiento absoluto de la Suerte de varas trae consigo un perjuicio enorme para la integridad del toro y para el adecuado desarrollo de la corrida. Si el puyazo sirviera exclusivamente para restar poder al toro, creo que sería mejor utilizar algún método menos cruento para conseguirlo: un rejoncillo, banderillas de castigo…
Hay que conseguir explicar debidamente que un puyazo en mal sitio es crucial en el comportamiento posterior del toro. Deben saber picadores y toreros que la esencia de la corrida es la lidia, y luego el arte con el que ésta se ejecuta. Y dentro de la lidia la Suerte de varas es DETERMINANTE, lo decimos una vez más, tanto por el beneficio que reporta un puyazo adecuado como por el perjuicio grave que conlleva uno en mal sitio. Hoy deseo dar mi opinión sobre los malos puyazos.
El sangrado del toro no debe ser excesivo nunca, pues debilitar demasiado al toro trae consigo una merma en su capacidad y tiempo de lucha. Se ha explicado debidamente por expertos profesionales especializados en el toro de lidia, D. Julio Fernández , por ejemplo, que la pérdida de sangre normal de un toro tras ser picado es de no más de dos litros en la mayoría de los casos, lo que supone un 6% de la volemia de un ejemplar de 500 kgs, que es de unos 35 litros. Comparado con el hombre, sería más o menos que la extracción en una donación de sangre en la que ceda 300 cc una persona de 75 kgs, cuya volemia es 5,2 l. Pero a un toro tras el puyazo se le exige un esfuerzo físico. similar al de un atleta, durante diez minutos, mientras que al donante se le reclama reposo inmediato y recuperación con coca cola y bocata. De ello se infiere que un exceso de sangrado traerá como resultado una debilidad del toro en el resto de lidia, en el que no podrá ofrecer todas las posibilidades que antes del puyazo prometía. Y si el toro venía “ya picado” por su carencia de casta, lo que sucede demasiado a menudo por tanta agua que se ha echado en el vino de mucha sangre brava, los resultados son deplorables, y suficientemente conocidos. O sea: mucho cuidado con el sangrado. Hay que evitar que la puya llegue a venas o arterias que provoquen hemorragias inadecuadas, como las supra escapulares.
Obsérvese la situación de la 3ª vértebra dorsal, de la que ofrecemos otra figura en corte transversal
Las lesiones musculares son habituales tras los puyazos que se infieren actualmente a los toros. Recordemos que la opinión generalizada de picadores y matadores, e incluso de algunos ganaderos, es la que al toro hay que picarlo en la cruz. Este craso error determina una disminución importante en las capacidades motrices del toro. Recuérdese que el nombre de “cruz” se deriva de la intersección de los músculos dorsales y los que provienen de los miembros anteriores rigidizados por los cartílagos que los fijan a las escápulas. Por ello, si la puya se aplica en la cruz es seguro que afectará a alguno de estos músculos que son básicos para el desplazamiento de la res, y lo hará en menor o mayor medida según sea la intensidad con la que se aplique el puyazo. También será importante el número de músculos afectados, claro, para el adecuado trazado de la embestida y su armonía.
Corte transversal a nivel de la 3ª vértebra dorsal. La puya afecta al ligamento interespinoso y a la apófisis espinosa de la 3ª vértebra dorsal, órganos importantes en la coordinación de movimientos de la columna y de los miembros anteriores
Puede observarse claramente cómo tras un puyazo trasero y algo caído, hacia el lado izquierdo en la mayoría de los casos, la mano izquierda del burel se aflige en demasía impidiendo una normal traslación del cuerpo del toro. Esto se observa en mayor o menor medida según la intensidad del puyazo y la casta del toro, ya que a veces ésta prevalece sobre la merma física que supone la lesión recibida. Pero siempre afecta al comportamiento del burel.
Por último estudiamos lo que sucede tras un puyazo trasero, y que llega a las vértebras del cornúpeto. Hay que tener en cuenta que la distancia entre la piel y las vértebras del toro es de aproximadamente 20 cms, por lo que es muy normal que la punta de la puya llegue a aquellas dado que la profundidad media de los puyazos es de unos 28 cms, según los estudios realizados por veterinarios cualificados de Madrid (D. Julio Fernández y Sr. Villalón) y los de Córdoba (ya citados), que ya expusimos en este blog con anterioridad. Por ello la puya que llega a las vértebras pueden afectar con facilidad a los cartílagos anulares que separan estas para darles flexibilidad en su continúo movimiento, produciendo incisiones que despegan de la zona ósea parte de las mismas, lo que proporcionará al toro un dolor desasosegante y una intencionalidad de rectificar su movimiento según sea éste. Es bien cierto que rara vez se produce el “descordado” de la res al ser el espacio ínter vertebral reducido, lo que dificulta la entrada de la puya al canal medular Pero lesiones de grado medio sí se producen al comprimir el canal medular, lo que provoca malestar y necesidad constante de rectificación de postura para mitigar la molestia. Por ello estos puyazos traseros deben ser erradicados de la corrida.
Resumiendo: un mal puyazo produce siempre una disminución de las cualidades del toro, tanto físicas como psíquicas, de éstas trataremos en otra ocasión, por lo que deben ser evitados en toda buena lidia para así ofrecer, en su integridad, un toro en perfectas condiciones que posibilite una pelea intensa que emocione y exija del torero el valor, el conocimiento y el arte que se le debe demandar para tener el derecho, y el honor, de dar muerte a un animal nacido para vender cara su vida.
*Estudio de los profesores de la facultad de veterinaria de Córdoba, Sres. Barona, Cuesta y Montero (1996/97).
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