Vicente Arnás Lozano, todo un soñador, y una de sus tauromaquias sui géneris.
El hombre y el artista son admirados por mí a la vez; rara avis en este mundo de falta de compromiso, de culturilla oportunista y de envidias mil
Quizás la Fiesta perdió un torero de arte cuando el joven Vicente Arnás decidió ser pintor y no seguir los pasos de su progenitor, Vicente Arnás Molina, ‘Vicente Molina’ en los carteles, quien fuera un tenaz novillero y un erudito estudiosos de la cultura taurina.
Vicente es para mí, y antes que todo, un buen hombre. Tuve la suerte de conocer su obra hace ya 30 años. Un gran mecenas de la cultura taurina, a la sazón presidente de la Unión de Bibliófilos Taurinos, Salvador Ferrer Irurzun, amigo de su padre, me habló de él, de sus grabados de Tauromaquia y de su excelsa calidad personal. Desde entonces he tratado de acercarme al pintor, al hombre, luego al amigo, para disfrutar de su arte, de su ejemplo y de sus sueños. Porque hablar con Vicente es vivir momentos especiales en los que sus ilusiones y fantasías te arrastran irremisiblemente a gozar de un mundo de la ficción menos real y más viva que puedas imaginar. Y hablar con el hombre bueno y sensible que es Vicente, te aporta una serenidad y un placer que aplaca las turbulencias de la vida diaria, común, monótona…
Decía de Vicente un gran crítico de arte, y buen amigo, que lo fui gracias al pintor, que Vicente era la fantasía, el pintor sin ataduras que todo lo hacía sutil, suave, bucólico; y conveníamos en que su arte semejaba a las meditaciones artísticas de El Bosco. Mario Antolín, que era el crítico a que me refiero, adoraba la pintura de Arnás y fue su mentor durante muchos años en la galería de arte ‘Alfama’, en la que Vicente fue inquilino de éxito durante muchas exposiciones.
“Todos los pintores a los que he escuchado emitir juicios sobre Arnás y su obra lo han hecho en tono muy laudable”.
Ese halo de onírica fantasía que desborda el tarro de la pintura «arnesiana», gusta, sorprende y enseña que hay otros mundos en los que posar la mirada para gozar de delicadas dulzuras.
El Arnás pintor taurino ha subyugado al aficionado. de su mensaje. Vicente mueve a sus personajes como en una obra teatral, les dota de apéndices sorprendentes, ya picos, tejas, conos o alas, semejando un mundo carnavelesco de color, alegría y broma. Cuenta pequeñas historias en sus obras y de ellas hace testigos a personajes como Carlos Marx, Lenin, papas, obispos, meninas o enanos tocados con setas o peces…
Un sueño. Un obispo con su tiara, su sotana, y con dos banderillas inhiestas en las manos, bordea tablas seguido por el toro de buidos pitones en una escena que bien pudiera haberle transmitido al artista el esforzado Manuel Escribano, que Dios ayude. Un picador, en escena sublime de clero y chusma, monta un bello caballo y porta un báculo como pica redentora que aplacará las veleidades del expectante y agresivo cornúpeto. En las barreras, un grupo de almas de otro mundo observan la composición equilibrada, de épica aguerrida, y a la vez dulce. Un toro con alfileres por pitones, acude al cite que le propone un Joselito con muleta alada para jugar al pase de las flores inmersos toro y torero en un espacio de capiteles dóricos y de ángeles que dulcifican la escena… Así, al menos cinco colecciones de tauromaquias soñadas, grabadas por Vicente para deleite de los aficionados. Nada es nuevo, nada sobra, no se echa en falta nada; lo que se ve es suficiente para comprender el sueño, el sueño fantástico de un soñador aún con la ilusión del niño que nunca dejó de ser.
Vicente es académico de la Academia de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría de Sevilla. La Asociación de Escritores y Artistas Españoles lo han distinguido con la Placa de Pintor Ilustre. Son reconocimientos oficiales de máxima categoría, no menores que los que los aficionados a las artes le rendimos en cada ocasión que nos es dada. Es reconfortante asistir a los juicios que sobre Vicente y/o su obra hacen aficionados y artistas. Todos los pintores a los que he escuchado emitir juicios sobre Arnás y su obra lo han hecho en tono muy laudable. El hombre y el artista son admirados a la vez. “Rara avis» en este mundo de falta de compromiso, de culturilla oportunista y de envidias mil.
Cuando veo las obras de Vicente Arnás, cada día, a Dios gracias, pienso que eso es el arte. Me acuerdo de ese pensamiento sabio que nos legó Emil Herzog ‘André Maurois’: “Lo bello es aquello que es inteligible sin reflexión”; y la pintura de Vicente es así, inteligible y sugerente. También recuerdo aquella máxima: el verdadero arte te hará pensar o gozar al observarlo. Y pienso que Vicente Arnás Lozano nos ha legado una riqueza impagable con sus obras, tan bellas y alegres, de las que no nos cansaremos de disfrutar nunca. Gracias, artista; gracias, buen hombre; mi más sólido respeto, amigo.
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